La señorita Esther era la encargada de la centralita de la comisaría central de Campo Palace; un pueblo a las afueras de la capital, también era un poco la niñera de los inspectores y agentes. Se encargaba de preparar el café por las mañanas y les traía frecuentemente donuts y "churros calentitos", como ella decía. Era la primera en entrar a trabajar en el turno de mañana y dejaba la bandeja de churros encima de la encimera en la cocina de la comisaría. Casi siempre, cuando llegaban los inspectores solo quedaban un par de churros de las dos docenas que normalmente compraba, no podía consentir que se enfriarán y claro, se los iba comiendo con sana delectación. Su oronda figura delataba que daba poco margen a las dietas.
Eran las ocho de la mañana y el personal de comisaría iba ocupando sus puestos en la oficina, antes de tomar asiento, visitaban la cocina y solo podían tomar el humeante café que Esther había preparado con tanto cariño, cuando iban a echar mano de los churros y veían que no quedaban, miraban de soslayo a la telefonista pero en esos primeros momentos del día nunca estaba presente, se excusaba diciendo que iba a fumarse un cigarrillo en la puerta. Los demás se tenían que conformar con alguna pasta rancia de las que sobraban en los cumpleaños o celebraciones varias y que a nadie se le ocurría tirar nunca a la basura.
Esther se encontraba fumando en la calle, con las prisas de salir corriendo para que no la culparan de la desaparición de los churros se le olvidó ponerse algo por encima y en la calle hacía un frío de narices, era diciembre y amenazaba nieve. Su cara parecía un mosaico de colores morados, y su posición con la mano entremetida en sus muslos hacía presagiar que además del frío se estaba meando a chorros, por lo que no dejaba de dar pataditas contra el suelo y todo por no entrar dentro hasta que se aplacarán los ánimos por la desaparición de los churros que todos pagaban con un fondo común y que solo ella se comía.
Vio como una moto scooter de gran tamaño se acercaba despacio hacía el aparcamiento en línea que había en un lateral de la comisaría, donde paró. El gran casco que cubría su cabeza impedía ver el rostro del motorista que la secretaría miraba con curiosidad, mientras no dejaba de taconear, y negándose a entrar todavía en el edificio.
El motorista aparto el cubre piernas con la que se protegía del frío y con gran parsimonia se apeó de la moto, tal era su forma de actuar y más viendo que le observaban que olvidó apuntalar el scooter y éste se le cayó encima y tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder volverla a su sitio.
- Diossssssssssssssssssss, que la.......- se oyó por debajo del casco-.
Esther que estaba a punto de reventar, le dijo:
- ¿Puedo ayudarle?
- Sí -dijo el motorista-. Vengo a ver al comisario ....
Mientras decía esto, Esther salió corriendo hacia el interior, haciendo aspavientos con los brazos y tirando precipitadamente la colilla del cigarrillo.
El motorista se quedó con la palabra en la boca, siguió desquitándose de todos los aperos de la moto; el casco, el sottocasco y una pesada chaqueta. Saco una americana y una gabardina del portaequipajes de la moto y guardo los complementos en ese mismo lugar.
Se repeino el pelo con la mano derecha echándoselo hacía atrás, lo que hizo que se despeinara aún más de lo que estaba, mientras miraba al horizonte y en su rostro se dibujaba una mueca de repulsión al frío que hacía; -puto frío este-, y entró en la comisaría.
Al entrar volvió a ver a Esther que ya había evacuado y estaba en su puesto, una especie de mostrador que solo dejaba ver a quién entraba su enorme cabeza. Se quedó mirando al visitante mientras entraba, y le sonrió:
- Perdóneme, -dijo avergonzada-. Es que ...
- No se preocupe, quisiera ver al comisario Senén Xerín.
Esther se le quedo mirando fijamente, examinando su curtido y varonil rostro. El motorista, ya enfundado en su elegante americana marrón con sutiles cuadros príncipe de Gales que no entonaba en absoluto con una camiseta de color amarillo que llevaba debajo, tenía su gabardina cogida bajo el brazo derecho que apretaba contra su vientre. Acompañaba su apostura con un leve elevamiento de la barbilla mientras observaba sin discreción ninguna todos los movimientos del personal de la comisaría, dándole un glamuroso aire de autoridad.
Viendo que la recepcionista no reaccionaba, el visitante se la quedó mirando fijamente, realizando una nada sutil elevación de hombros, lo que hizo que reaccionara:
- ¡Ah sí!.... perdone. ¿De parte de quién, por favor?.
- El motorista visiblemente contrariado, volvió a dibujar lo que debía ser su mueca característica de agravio, mientras meneaba la cabeza de lado a lado, sacó la cartera de su bolsillo interior de la americana, al abrirla para enseñarle sus credenciales alargando el brazo por encima del mostrador, se le resbaló de la mano, cayendo dentro de la taza de café de Esther:
- ¡Joder!, -dijo, mientras intentaba recoger la cartera de dentro del vaso de plástico-.
- Soy el inspector Menéndez, -dijo con aplomo-. Me han destinado a este... sitio.
El motorista aparto el cubre piernas con la que se protegía del frío y con gran parsimonia se apeó de la moto, tal era su forma de actuar y más viendo que le observaban que olvidó apuntalar el scooter y éste se le cayó encima y tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder volverla a su sitio.
- Diossssssssssssssssssss, que la.......- se oyó por debajo del casco-.
Esther que estaba a punto de reventar, le dijo:
- ¿Puedo ayudarle?
- Sí -dijo el motorista-. Vengo a ver al comisario ....
Mientras decía esto, Esther salió corriendo hacia el interior, haciendo aspavientos con los brazos y tirando precipitadamente la colilla del cigarrillo.
El motorista se quedó con la palabra en la boca, siguió desquitándose de todos los aperos de la moto; el casco, el sottocasco y una pesada chaqueta. Saco una americana y una gabardina del portaequipajes de la moto y guardo los complementos en ese mismo lugar.
Se repeino el pelo con la mano derecha echándoselo hacía atrás, lo que hizo que se despeinara aún más de lo que estaba, mientras miraba al horizonte y en su rostro se dibujaba una mueca de repulsión al frío que hacía; -puto frío este-, y entró en la comisaría.
Al entrar volvió a ver a Esther que ya había evacuado y estaba en su puesto, una especie de mostrador que solo dejaba ver a quién entraba su enorme cabeza. Se quedó mirando al visitante mientras entraba, y le sonrió:
- Perdóneme, -dijo avergonzada-. Es que ...
- No se preocupe, quisiera ver al comisario Senén Xerín.
Esther se le quedo mirando fijamente, examinando su curtido y varonil rostro. El motorista, ya enfundado en su elegante americana marrón con sutiles cuadros príncipe de Gales que no entonaba en absoluto con una camiseta de color amarillo que llevaba debajo, tenía su gabardina cogida bajo el brazo derecho que apretaba contra su vientre. Acompañaba su apostura con un leve elevamiento de la barbilla mientras observaba sin discreción ninguna todos los movimientos del personal de la comisaría, dándole un glamuroso aire de autoridad.
Viendo que la recepcionista no reaccionaba, el visitante se la quedó mirando fijamente, realizando una nada sutil elevación de hombros, lo que hizo que reaccionara:
- ¡Ah sí!.... perdone. ¿De parte de quién, por favor?.
- El motorista visiblemente contrariado, volvió a dibujar lo que debía ser su mueca característica de agravio, mientras meneaba la cabeza de lado a lado, sacó la cartera de su bolsillo interior de la americana, al abrirla para enseñarle sus credenciales alargando el brazo por encima del mostrador, se le resbaló de la mano, cayendo dentro de la taza de café de Esther:
- ¡Joder!, -dijo, mientras intentaba recoger la cartera de dentro del vaso de plástico-.
- Soy el inspector Menéndez, -dijo con aplomo-. Me han destinado a este... sitio.