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viernes, 7 de diciembre de 2012

Capítulo primero: El inspector entra en escena

     La señorita Esther era la encargada de la centralita de la comisaría central de Campo Palace; un pueblo a las afueras de la capital, también era un poco la niñera de los inspectores y agentes. Se encargaba de preparar el café por las mañanas y les traía frecuentemente donuts y "churros calentitos", como ella decía. Era la primera en entrar a trabajar en el turno de mañana y dejaba la bandeja de churros encima de la encimera en la cocina de la comisaría. Casi siempre, cuando llegaban los inspectores solo quedaban un par de churros de las dos docenas que normalmente compraba, no podía consentir que se enfriarán y claro, se los iba comiendo con sana delectación. Su oronda figura delataba que daba poco margen a las dietas.
     Eran las ocho de la mañana y el personal de comisaría iba ocupando sus puestos en la oficina, antes de tomar asiento, visitaban la cocina y solo podían tomar el humeante café que Esther había preparado con tanto cariño, cuando iban a echar mano de los churros y veían que no quedaban, miraban de soslayo a la telefonista pero en esos primeros momentos del día nunca estaba presente, se excusaba diciendo que iba a fumarse un cigarrillo en la puerta. Los demás se tenían que conformar con alguna pasta rancia de las que sobraban en los cumpleaños o celebraciones varias y que a nadie se le ocurría tirar nunca a la basura.
     Esther se encontraba fumando en la calle, con las prisas de salir corriendo para que no la culparan de la desaparición de los churros se le olvidó ponerse algo por encima y en la calle hacía un frío de narices, era diciembre y amenazaba nieve. Su cara parecía un mosaico de colores morados, y su posición con la mano entremetida en sus muslos hacía presagiar que además del frío se estaba meando a chorros, por lo que no dejaba de dar pataditas contra el suelo y todo por no entrar dentro hasta que se aplacarán los ánimos por la desaparición de los churros que todos pagaban con un fondo común y que solo ella se comía.
    Vio como una moto scooter de gran tamaño se acercaba despacio hacía el aparcamiento en línea que había en un lateral de la comisaría, donde paró. El gran casco que cubría su cabeza impedía ver el rostro del motorista que la secretaría miraba con curiosidad, mientras no dejaba de taconear, y negándose a entrar todavía en el edificio.
     El motorista aparto el cubre piernas con la que se protegía del frío y con gran parsimonia se apeó de la moto, tal era su forma de actuar y más viendo que le observaban que olvidó apuntalar el scooter y éste se le cayó encima y tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder volverla a su sitio.
     - Diossssssssssssssssssss, que la.......- se oyó por debajo del casco-.
     Esther que estaba a punto de reventar, le dijo:
     - ¿Puedo ayudarle?
     - Sí -dijo el motorista-. Vengo a ver al comisario ....
     Mientras decía esto, Esther salió corriendo hacia el interior, haciendo aspavientos con los brazos y tirando precipitadamente la colilla del cigarrillo.
     El motorista se quedó con la palabra en la boca, siguió desquitándose de todos los aperos de la moto; el casco, el sottocasco y una pesada chaqueta. Saco una americana y una gabardina del portaequipajes de la moto y guardo los complementos en ese mismo lugar.
     Se repeino el pelo con la mano derecha echándoselo hacía atrás, lo que hizo que se despeinara aún más de lo que estaba, mientras miraba al horizonte y en su rostro se dibujaba una mueca de repulsión al frío que hacía; -puto frío este-, y entró en la comisaría.
     Al entrar volvió a ver a Esther que ya había evacuado y estaba en su puesto, una especie de mostrador que solo dejaba ver a quién entraba su enorme cabeza. Se quedó mirando al visitante mientras entraba, y le sonrió:
     - Perdóneme, -dijo avergonzada-. Es que ...
     - No se preocupe, quisiera ver al comisario Senén Xerín.
     Esther se le quedo mirando fijamente, examinando su curtido y varonil rostro. El motorista, ya enfundado en su elegante americana marrón con sutiles cuadros príncipe de Gales que no entonaba en absoluto con una camiseta de color amarillo que llevaba debajo, tenía su gabardina cogida bajo el brazo derecho que apretaba contra su vientre. Acompañaba su apostura con un leve elevamiento de la barbilla mientras observaba sin discreción ninguna todos los movimientos del personal de la comisaría, dándole un glamuroso aire de autoridad.
     Viendo que la recepcionista no reaccionaba, el visitante se la quedó mirando fijamente, realizando una nada sutil elevación de hombros, lo que hizo que reaccionara:
     - ¡Ah sí!.... perdone. ¿De parte de quién, por favor?.
     - El motorista visiblemente contrariado, volvió a dibujar lo que debía ser su mueca característica de agravio, mientras meneaba la cabeza de lado a lado, sacó la cartera de su bolsillo interior de la americana, al abrirla para enseñarle sus credenciales alargando el brazo por encima del mostrador, se le resbaló de la mano, cayendo dentro de la taza de café de Esther:
     - ¡Joder!, -dijo, mientras intentaba recoger la cartera de dentro del vaso de plástico-.
     - Soy el inspector Menéndez, -dijo con aplomo-. Me han destinado a este... sitio.





    
 
 
 
 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Capítulo segundo: Las presentaciones

     El comisario Senén se encontraba departiendo con el Dr. Patas, un antropólogo forense que trabajaba en casos de identificación de cadáveres y realizaba autopsias para la Policía.
     Estaban discutiendo sobre unos restos humanos encontrados en una parcela de la localidad cercana de Armanda y que todavía no habían podido ser identificados. El Dr. le estaba enseñando las conclusiones del informe preliminar cuando la Srta. Esther pasó para anunciar al inspector Menéndez:
     - Hágale esperar cuatro minutos, ya estoy acabando con el Doctor, -la dijo-.
     El Dr. Tomás Patas era un hombre de mediana edad, tendría unos cincuenta y muchos años, su actividad social estaba restringida únicamente a su trabajo, ya que tenía un problema intestinal que le hacía practicamente un apestado entre sus congéneres. Todos le temían pues en cualquier momento y sin previo aviso podía soltar por su ano uno de los truenos más temidos de toda la comisaría al cual acompañaba un nauseabundo olor a descomposición. Todo el mundo le decía que parecía que guardara los cadáveres en su estómago y no en su sala de autopsias. Pasaba las horas muertas en su laboratorio redactando informes y otros trabajos porque decía que "allí se podía camuflar perfectamente".
     Mientras los dos hombres terminaban, el inspector Menéndez hizo ademán de pedir permiso para entrar.
     - Pase, pase, -dijo el comisario-.
     El comisario Senén se presentó y presentó al Doctor, mientras éste recogía los informes que habían quedado sobre mesa.
     Antes de salir del despacho, el doctor se despidió amablemente de los dos hombres:
     - Cierre la puerta cuando salga, Tomás, -le dijo el comisario Senén-.
     Al ir a abrir la puerta el doctor hizo gala de sus aptitudes musicales obsequiando a los dos policías con un macro-pedo de unos diez segundos de duración.
     El comisario Menéndez que aún no estaba acostumbrado a tal demostración odorífero-sonora, se levantó como un rayo de la silla en la que estaba a punto de sentarse, soltó la gabardina que aún llevaba bajo en brazo y cogió una pequeña pistola Colt 380 Mustang que siempre llevaba encima y apuntó en la dirección del Dr. Patas con una evidente cara de asustado. El comisario, ya acostumbrado a las demostraciones involuntarias del doctor, le agarró el brazo y le pidió que se tranquilizara mientras le explicaba el problema.
     El doctor visiblemente avergonzado, pidió disculpas y salió como si le llevara el diablo.
     - Bien discúlpele, tiene ese problema pero es un excelente profesional, -dijo el comisario Xerín-.
     Menéndez le entregó sus credenciales y el informe donde se le comunicaba su traslado forzoso a la comisaria de Campo Palace. Mientras estaba entregándole los papeles se le empezó a dibujar en la cara la misma mueca con la que había obsequiado antes a la Srta. Esther en la entrada. Esta vez lo acompañaba de una excepcional apertura de ojos y una sutil aspiración de nariz.
     - Yo no aguanto este olor, me cago en.....-dijo-.
     Y se levantó para salir de la oficina.
     - No se preocupe saldremos a tomar café en la cocina, mientras esto se despeja un poco, -dijo el comisario, haciendo el mismo gesto de asco y taponándose la nariz con los dedos-.
     Mientras salían le dijo a la recepcionista: "Esther abra las ventanas de mi despacho por favor".
     Mientras entraban en la cocina se oyó en toda la oficina un: "Puaggggg" que hacía saber a todos que la Srta. Esther acababa de aspirar los efluvios del doctor, todos sabían donde iban a acabar los churros que se había comido por la mañana, pues siempre que algo así pasaba, sucedía lo mismo.
     Después de tomarse el café y durante el pequeño trayecto hacía la oficina el comisario fue presentándole a todo el personal que en ese momento estaba trabajando.
     - Bien, -dijo-, esta es la señorita Esther Graciakhace, que usted ya conoce.
     Señalando a una señora con bata azul que iba empujando un carro con productos de limpieza: "esta es la señora Dominga, dijo el comisario, nuestra encargada de la limpieza y además de vez en cuando hace unas rosquillitasssss, uhmmmmm".
     Menéndez se acercó a ella, para saludarla y observó que la señora portaba debajo de su nariz un tremendo bigote, lo que hizo que Menéndez se guardara la mano que le iba a estrechar y volviera a poner la mueca típica que adoptaba su rostro cuando algo no le gustaba y que el llamaba "muecamen": Hola, -dijo mientras se echaba hacía atrás, volviendo al lado del comisario-.
     Después de presentarle a varios de los inspectores y agentes que en ese momento estaban en la comisaría entró una mujer a toda velocidad, según iba avanzando entre las mesas se iba despojando de su gorro, de su enormemente larga bufanda de punto, a la vez que se quitaba un voluminoso abrigo gris de lana. El comisario Serín se acercó a ella y se la presentó a Menéndez:



     - Y esta es Marcela, es una inspectora procedente de la comisaría de Hrušovany de Eslovaquia, pertenece a un programa de intercambio entre la policía española y la de aquel país.
     Menéndez se aproximó a ella y le ofreció su manaza para estrechársela, mientras hacía esto se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja. Menéndez tenía la propiedad de reírse de dos formas una ensanchando su boca y otra achinando sus ojos, esta propiedad iba por libre una de la otra, mientras se podía estar riendo con los ojos, podía estar echando pestes por la boca.

  Al acercarse a ella adoptó una postura como de galán de cine, haciéndose el interesante, era tan mal actor que provocó una sonrisa en Marcela que observaba sus movimientos con interés, sus grandes y llamativos ojos azul verdoso estaban muy abiertos, pensó, al verle actuar así, que se parecía a un pájaro parecido a la corneja que en su país llamaban Havran , que se ahuecaba y hacía cosas extrañas en la época de cortejo.
     El inspector, que habitualmente era reclamado por la Interpol y el F.B.I. debido a su experiencia y trayectoria profesional, había viajado mucho y queriéndose hacer el tío culto y queriendo decir: "¿Hola como estás?" le dijo:
     - Zbohom raz ísť muža! Páriť? (Adiós, vete de una vez, tío. ¿Follamos?).
      A lo que Marcela le sacudió un fuerte manotazo en la cara, y se sentó en su sitio visiblemente contrariada.
     Le miró fijamente a los ojos y le dijo: "Hablo perfectamente español, inspector, y por favor si no sabe hablar mi idioma, ¡cállese!".
     Todo el mundo en la oficina, menos Dominga que estaba a sus cosas, se empezó a reír a carcajadas.
     - "Le gusto, jejeje" -le dijo Menéndez al comisario Senén, arqueando varias veces las cejas, mientras se frotaba la cara y sonreía-.
     Cuando acabaron las presentaciones y el comisario le enseñó la mesa que le habían preparado, se dirigieron de nuevo al despacho, no sin antes comprobar que el olor se había evaporado. Mientras el comisario cerraba las ventanas le dijo:
     - ¿Tiene ya sitio donde vivir?.
     - Sí, he alquilado una casa hace unos días.
     - ¡Ah! Muy bien, ¿está en buen estado? Aquí las casas son baratas pero están medio en ruina.
     -No está muy bien que digamos, pero soy muy mañoso y he empezado a restaurarla, llevo aquí una semana, -dijo Menéndez-.
     - Entonces creo que, si usted quiere, podíamos empezar a trabajar ya, -dijo Senén-.
     - Como usted desee, comisario.
     - Muy bien. Mire este caso que estaba discutiendo con el doctor, nos está trayendo de cabeza, -dijo el comisario mientras le entregaba el informe del forense-. ¿Por qué no se hace usted cargo de él? ¿A ver si sacamos algo en claro?.
     Menéndez cogió las carpetas y se dispuso a salir para dirigirse a su mesa.
     El comisario observo como algo caía del bolsillo de la gabardina que el inspector llevaba aún en la mano: -se le ha caído algo al suelo, inspector-.
     Menéndez se volvió y se agachó para recoger una pajarita de color negro:
     - Je, -sonrió-, es que  en mis ratos libres doy extras de camarero.
     - ¡Ah! -dijo Senén-. Sí aquí lo hacen varios agentes, -y le sonrió-.
     Menéndez se sentó en su mesa mientras observaba a Marcela que le miraba con cara de mosqueo aún, él la sonrió, lo que hizo que ella volviera la cabeza y siguiera con sus cosas.
     Menéndez empezó a hojear los informes.

PRÓXIMO CAPITULO: El caso de los esqueletos de Armanda